El cinco por ciento

“Yo no veo muy claro que el pesimismo sea, sin más ni más, censurable. Son las cosas a veces de tal condición que juzgarlas con sesgo optimista equivale a no haberse enterado de ellas”.

Esto decía el raciovitalista José Ortega y Gasset en La España invertebrada. Un filósofo optimista como pocos. Cien años después, el eco de sus palabras sigue resonando en mi mente y en la de muchos.

En la crisis pandémica actual hay, como suele ser habitual en cualquier cuestión humana, varios frentes irreconciliables: el de los optimistas irredentos y el de los pesimistas sin remedio. Ambos con verdaderas cohortes de linchadores profesionales. Los primeros ven la recuperación de la tierra, la disminución del agujero de ozono en la atmósfera a los niveles de hace 30 años, la flora y la fauna tomándose un respiro antológico, la gran ocasión de encontrarse por fin con los seres queridos, la solidaridad entre los pueblos y las personas, el fin de los postulados de Hobbes, el hombre dejando de ser lobo para el hombre.

Los pesimistas, muchas veces auto llamados optimistas con experiencia,­­­­­ presienten que esta pandemia no será diferente a otras: los pobres serán más pobres y los ricos, más ricos. Millones de desempleados serán la excusa de un trabajo cada vez más precario. Y solo los poderosos, los bancos y sus aliados del gran capital recibirán ayudas del Estado.

Sin necesidad de entrar en teorías conspiranoicas, parece evidente que China se está llevando la parte del león del pastel geoestratégico. Que está ganando esta Tercera Ciberguerra Mundial.  Y ello a la chita callando, sin payasadas à la Trump, à la Johnson o à la Bolsonaro. ¡Qué cabrones los chinos! Y nosotros venga a comprar sus productos baratos y a fabricar con su mano de obra más barata todavía. La venganza del esclavo se sirve fría y en bandeja.

Mi parte optimista me hace pensar que Europa se unirá, que Trump perderá las elecciones, que Europa y EE.UU se aliarán desde una base más sana. Que Latinoamérica y África emergerán y que, con un poco de suerte, el mundo se alejará del trastorno bipolar actual y entrará en un ligero fallo multiorgánico, que asusta más de entrada, pero puede tener cura si se trata con amor y conocimiento. Repito, eso sale de mi lado optimista.

Yo, con el permiso de ustedes, no me voy a casar ni con el primero ni con el segundo grupo. Creo, sencillamente, que cuando termine todo -independientemente de quién sea el nuevo guardián de las puertas del cielo-, habrá un cinco por ciento más de personas conscientes. Conscientes de que no es oro todo lo que reluce, de que la vida va más allá de los límites de nuestro propio cuerpo, de que el árbol no nos deja ver el bosque, de que todos somos ciudadanos de un mismo mundo y de que merece la pena trascendernos a nosotros mismos.

Suena un tanto parca y recortada la cifra, pero ya saben que no hay enemigo pequeño, ni mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista. Si vemos que es un 5%, nos parecerá poco. Si consideramos que será el doble que antes, pensaremos que el salto es enorme. La botella medio llena o medio vacía, a gusto del consumidor.

Ah, y les pido, por favor, que hagan lo posible para salir del miedo cerval que en estos momentos está cubriendo la Tierra. Y lo hago por mi afición al cinco por ciento. Se me ocurre un experimento que, afortunadamente, no se va a realizar.

Imagínense que en un hospital un grupo de actores que se hace pasar por médicos le dice a todos los pacientes que van llegando con asuntos comunes, dolorosos quizás, pero en ningún caso realmente graves, que les queda un día de vida, que mañana van a morir. Un actor con bata blanca y aire patético comunica la mala buena. Un paciente viene con migraña, el otro con una apendicitis, el tercero con piedras en el riñón. En fin, todo ello dolencias sin mayores complicaciones.

La pregunta es ¿morirá alguien de verdad? y de ser así ¿cuánta gente?. El efecto nocebo, que es el hermano malicioso del placebo, nos hace pensar que sí que moriría alguno: de miedo, de angustia, de un infarto, de un ictus, de un salto desde el quinto piso. Y mi sentido de estadístico improvisado me lleva a una conclusión: lo hará el cinco por ciento.

Un diez por ciento de conciencia suena a poco. A mi, sin embargo, me llena el corazón de alegría.

Leave a Reply